“El simple edificio aislado interesa especialmente a la entidad o al mecenas que lo eleva; pero esas grandes organizaciones arquitecturales en que numerosos edificios se agrupan en magnífico concertante -como en las ordenaciones orientales de la India, del México azteca, la China o Egipto, de las acrópolis griegas y foros romanos; modernas plazas, burgos regios, parques, avenidas-, esto interesa, emociona y estimula con cívico orgullo a toda una ciudad o a una nación entera…”
Antonio Palacios
Convendremos en que los pequeños cuadernos de dibujo de Antonio Palacios son algo más que ilustraciones de lugares, personas, animales, edificios… realizadas por un arquitecto. Esos cuadernos son un muestrario inagotable momentos de contemplación, lo más parecido a un rastro que la mirada puede dejar a su paso. De ellos es posible extraer, por lo tanto, estoy convencido, ideas y reflexiones mucho más difíciles de destilar, directamente, de su arquitectura ya consolidada (al menos, con un grado equiparable de pureza). Sus dibujos nos permiten sondear momentos de su creatividad que anteceden a la arquitectura y que también se extienden mucho más allá de ella. Ya solo por una razón como esta, podemos concedernos el lujo de declarar que a través de esos dibujos podemos observar a Palacios como un autor cuya arquitectura se extiende más allá (también más «acá») de los edificios que llevan su firma. Algo así es lo que permite que el estudio de su figura avance y que su recuerdo perviva.
Imaginemos, por un momento, las vías de estudio que se intuyen a partir de esos dibujos de la piedra en su asentamiento natural en Galicia. Ya la piedra en sus edificios, tal y como advertíamos en la nota anterior de nuestro cuaderno de campo, concentra un flujo de tensiones argumentales crucial en la arquitectura de Antonio Palacios. En algún momento de su proceso creativo, estos dibujos de conjuntos pétreos en la naturaleza, de monumentales formaciones graníticas, funcionaron como microscópicas células expresivas desde las que se extendió una idea clave. Hay algo en esos dibujos similar a un «sema» arquitectónico, una unidad mínima de expresión que también terminará «materializándose» arquitectónicamente. Esos dibujos son estratos de reflexión que difícilmente se pueden ver traducidos, resueltos, digeridos o sintetizados, a partir de un comentario convencional sobre arquitectura. Conviene explorar todo lo que encierran bajo las leyes de la imagen, de la semántica de la mirada… e incluso, si se me permite, bajo la perspectiva de desarrollos estéticos similares a los de las ensoñaciones «matéricas» que formuló en su momento Gaston Bachelard, presentes en su Poética del espacio, en La tierra y las ensoñaciones de reposo…
Lo propongo como otra hipótesis a desarrollar a partir de este punto: Antonio Palacios comenzó a abastecer de materia, a su obra, ya desde el momento en que dibujaba un enorme conjunto de peñascos graníticos en San Cibrán (Ponteareas).
El 31 de mayo del año 2024, a 20 días del solsticio de verano, se celebró en el templo de la Veracruz de O Carballiño un evento articulado a partir de tres propuestas complementarias. El conjunto de las actividades fue desarrollado, simultáneamente, como un ejercicio de investigación en el espacio arquitectónico y como uno de los primeros actos inaugurales del proyecto Atlas Palacios 2024-2026. Tras una charla informativa sobre el planteamiento general del proyecto, dio inicio el despliegue de una instalación audiovisual efímera y de un concierto en directo de la Coral Polifónica del Casino de O Carballiño. La función de la música no era la de servir como simple acompañamiento a la instalación sino la de establecer una pauta temporal (también espacial) que condicionase el seguimiento y las posibles lecturas en la articulación de la misma.
El evento dio inicio a las 21:00h. Tras los 45 minutos que ocupó la charla de presentación, el paulatino oscurecimiento del templo (se dispuso que su interior, durante la actividad, fuese iluminado únicamente por luz natural) permitió al público asistente observar no solo un incremento gradual en la percepción de las imágenes que daban forma a la instalación, sino también el modo en que la luz se desplazaba en el interior del templo al atardecer. La claridad diurna fue abandonando el interior del edificio mientras dibujaba en las superficies pétreas una secuencia de destellos, en lento barrido; una coreografía de luces puntuales. El extremo final de ese movimiento terminó concentrándose en cuatro de los vanos que esta iglesia presenta en su ábside. Estas cuatro vidrieras rectangulares, en esos instantes, se comportaban como embudo absorbente de la luz, como un vértice de fuga o auténtico «tragaluz» final en su recorrido…
«El acto de interponer una distancia entre uno mismo y el mundo exterior puede calificarse de acto fundacional de la civilicación humana; cuando este espacio interpuesto se convierte en sustrato de la creación artística, se cumplen las condiciones necesarias para que la conciencia de la distancia pueda devenir en una función social duradera. La suficiencia o el fracaso de la cual como instrumento espiritual orientador determina el destino de la cultura humana.»
(Aby Warburg, introducción al Atlas Mnemosyne)